Desde entonces, su escultura ecuestre de acero inoxidable brillante destaca entronizada frente a la entrada de la rotonda de la Colección Pinault. No se trata de un jinete orgulloso, haciendo alarde de poder, como suele suceder en la historia del arte, sino de un jinete cuya inseguridad sobre la gran bestia puede verse claramente reflejada en su rostro. Es este humor, combinado con a una delicada emotividad, el que ha llevado al estadounidense Charles Ray a transformar la escultura a lo largo de sus más de 50 años de carrera profesional y el que lo ha convertido en uno los referentes actuales de esta disciplina artística.
Desde el diminuto huevo de porcelana hasta el Cristo en la Cruz de papel, que ocupa toda una pared, las esculturas de Ray rompen todas las escalas. Como en los Viajes de Gulliver, el espectador en ocasiones se convierte en un gigante y otras veces en un enano ante sus obras. Y en un voyeur de un momento emocional, de la interacción íntima entre dos estatuas o de una estatua y su objeto de atención.
Como el pequeño niño desnudo que juega distraídamente en el suelo con un coche de juguete, un Escarabajo, que parece adueñarse mágicamente de la enorme sala principal circular de la Bourse de Commerce, a pesar de que la maltrecha camioneta, reconstruida a escala, y el hombre de papel sentado con el que comparte el espacio son mucho más grandes.
Cuando François Pinault, que conoce y promociona al artista desde hace más de 20 años, le concedió un lugar de honor frente a su museo de la Punta della Dogana, en Venecia, los venecianos no encontraron tan encantador a otro niño desnudo: la estatua “El niño con la Rana” tuvo que ser retirada después de un gran alboroto, ya que ¡los venecianos preferían recuperar la antigua y tradicional farola del s. XIX! En París, Charles Ray recupera merecidamente la gran escena, y esta vez, por partida doble.