El anhelo real de la burguesía

El Museo Cocgnacq-Jay nos abre los ojos acerca de la estrecha relación que existe entre el nacimiento, el dinero, el gusto y el afán de reconocimiento y prestigio. Mademoiselle Lili salió de su visita al museo sabiendo alguna que otra cosa nueva.   


Hace ya unos años descubrí esta hermosa casa en el centro del Marais. Todo el mundo desea ir al Louvre, al Centre Pompidou o al Palais de Tokyo para, finalmente, acabar haciendo una cola interminable. Sin embargo, en París también es posible encontrar numerosos museos pequeños e interesantes en los que se explica la grandeza del mundo como si se tratara de la cáscara de una nuez.


Fue el diseñador de moda Christian Lacroix quien dio al Museo Cocgnacq-Jay, una Bella Durmiente del panorama museístico parisino, el beso que le despertó de su profundo sueño y reorganizó los cuadros, objetos y mobiliario para crear una exposición, a la vez que remodeló su interior. Lacroix diseñó el vistoso collage del vestíbulo, las coloridas alfombras con abundantes motivos y los bonitos taburetes de terciopelo para los guardias de seguridad que todavía hoy es posible observar. Y es que Lacroix es un amante confeso del siglo XVIII, ya que para él es una forma ejemplar de explicar el presente. 


El palacio de la ciudad alberga la colección de arte del matrimonio Ernest Cognacq y Marie-Louise Jay, fundadores de los legendarios grandes almacenes La Samaritaine, que ahora pertenecen al grupo LVMH.

Una ironía de la historia, según Lacroix. Bernard Arnault se ha convertido con LVMH en el mayor magnate del lujo del mundo en menos de 30 años gracias a que la globalización dio lugar a una nueva timocracia para la que no solo Luis XIV, el Rey Sol, sino todo aquello de origen francés en general -desde la arquitectura hasta la moda, pasando por el vino y el champán- es un referente de estilo y buen gusto que nunca puede ser lo suficientemente caro. 


Algo parecido a lo que ya sucedió en el pasado. Entonces, fue el matrimonio Cognacq-Jay el que, con la industrialización de 1869, pasó de ser propietario de una pequeña Boutique a ser un rico empresario y pionero en la enseñanza del arte. Mucho antes que la Louis Vuitton Foundation, la Fondazione Prada o la Colección Pinault, ya en 1925 dedicaron una planta entera de La Samaritaine de los grandes almacenes al arte, mostrándose con orgullo como mecenas, un papel antes reservado a la nobleza y la iglesia. A partir de 1900, empezaron a adquirir obras de arte y piezas artísticas del siglo XVIII, incluyendo obras famosas de François Boucher, Fragonard, Canaletto o Tiepolo. Todo lo anterior a la Revolución francesa se consideraba elegante. "Primero los burgueses cortaron las cabezas de los nobles y consiguieron el poder que tanto anhelaban. Y a continuación desarrollaron un dolor fantasma. Colocaban las plumas de antaño en sus sombreros para atribuirse una especie de nobleza que no les había sido concedida al nacer", interpreta así Lacroix el entusiasmo de la joven burguesía por el siglo XVIII. "Un poco de ello también puede aplicarse probablemente a los muy honorables fundadores de esta colección". 


Lo que le falta actualmente a la aristocracia burguesa es el deseo de pensar, el ingenio crítico, el espíritu desenfadado que resoplaba en los palacios y castillos en los tiempos de la Ilustración. Hoy, el dinero se ha convertido en Dios, el único espíritu que se desea ver crecer. Y Lacroix aún echa de menos algo más al mirar los cuadros: "Mire a estos hombres con sus pelucas y sus coloridos abrigos. Con el auge de la burguesía, se consolidaron los estereotipos de roles y el hombre también perdió su sentido del humor en cuanto a la moda." 

www.museecognacqjay.paris.fr