Aunque ya hace más de 7 años que vivo en París, nunca he celebrado aquí la Nochevieja. Siempre he preferido por esas fechas sentir el calor de mi casa. Pero el año pasado me quedé y me gustó, pero viví una sensación muy curiosa: las costumbres tan diferentes que hay entre Francia y Alemania.
En Alemania, es costumbre en Nochevieja derretir plomo, echarlo en agua fría y pronosticar el porvenir de las formas resultantes y ¿dónde estaba la Fondue, los fuegos artificiales y la tan famosa comedia Dinner-for-one? Mientras que en Berlín no se puede dormir días antes por el ruido de los petardos y fuegos artificiales, en París todo es silencio y todo sigue su normalidad. Los únicos que tienen permitido en París romper el silencio y eso sí, por todo lo alto, es el Gobierno y sólo el 14 de julio; el festivo nacional. Pero hay una cosa que es igual en ambos países: 4 días antes de Nochevieja empieza el pánico entre los amigos porque no se ha fijado lugar de encuentro. Los móviles están que arden, mensaje sobre mensaje “quién sabe dónde, cómo y cuándo”. La mayoría de los parisinos viven en pisos o apartamentos diminutos por lo que es imposible reunirse en casa de alguien. Menos mal que mi amigo Serge decidió celebrarlo en su casa, ya que es el único entre nuestros amigos que dispone de un “salón” en su piso.
Nos juntamos 15 personas para celebrar la última noche del año. Algo que no hemos conseguido cuadrar durante todo el año. “Trae ostras y champán. Nosotros nos ocupamos del plato principal.” Fueron las instrucciones. Los franceses son especialistas improvisando a la hora de comer. Siempre me vuelvo a dar cuenta. En Alemania, cuando invitas a alguien a tu casa, todo debe estar perfectamente preparado, hasta el más mínimo detalle. En Francia, sin embargo, es “un proyecto en común”. Yo lo llamo “coreografía social” ya que cada uno aporta lo que mejor sabe hacer y lo que más le apetezca en ese momento. Aquellos, que estén acostumbrados a organizarse previamente y mentalizarse sobre lo que van a cenar, lo llevan crudo.
Importante saber: una invitación a una casa particular tiene unos matices diferentes que en Alemania. Me hubiese gustado que alguien me hubiese informado de ello antes. Aquí, en Francia, cuando se fija una hora, por ejemplo, las 20.00 h, es importante saber, que es una hora orientativa. En Alemania, es una hora fija y de mala educación retrasarse. Bueno, pues a mi me pasó que encima se sorprendieron de mi puntualidad “ahhhhhh ¿ya estás aquí?” Pero si llegué a la hora indicada… Pues comencé con “el ritual” con el que se recibe a los invitados en Francia, comiendo frutos secos y bebiendo champán mientras esperamos a los demás. Y así, el mismo proceder cuando llegaban los que faltaban, pero yo ya llevaba “ventaja”, con lo cual, cuando llegó la hora del aperitivo, que ya serían las 21.30 h, yo ya me sentía algo “mareada” y alegre. Importante: en Francia no se puede saltar ningún plato. La norma marca aperitivo, entrantes, plato principal, postre y café. Posiblemente la cena acabe pasada la media noche. El objetivo no es acabar, es disfrutar de cada momento.
Confieso, que la primera vez que invité en Francia a cenar a mis amigos a mi casa, lo hice todo mal. Hice para cenar un gratinado, que evidentemente iba a estar listo a la hora que indiqué en la invitación. Todo estaba cronometrado a la perfección. Pero claro, la gente empezó a llegar lentamente a la hora “orientativa”. Cuando nos pusimos a cenar, mi plato principal se había pasado de cocción. Sinceramente, tampoco tenía el picoteo previo, yo no tenía costumbre de ello. Y del postre, ni pensar. En mi casa, en Alemania, eso sólo se hacia en días de fiesta. Recogí la mesa y sólo pensé en sentarme para disfrutar de una agradable sobremesa con mis amigos. Pero mis invitados me miraban con ojos de desconcierto, como esperando algo más de mí. Finalmente me preguntaron “¿Tienes algo dulce?” Sólo pensé “tierra trágame” y lo único que podía ofrecerles era el yogur que tenía en la nevera. Para que ese momento pasara lo más rápido posible, enseguida serví el café y me senté. Me sorprendió muchísimo, que los primeros empezaran a irse, pero lo consideré como otra curiosidad más de esa noche tan desastrosa. Tiempo después, me fui enterando, que ofrecer café a tus invitados es una señal de que estás poniendo fin a tu invitación.
Y justo, todo lo contrario a la cena en mi casa, esa Nochevieja en casa de Serge llegó la media noche y aún estábamos con el plato principal. Volvimos a brindar con champán para dar la bienvenida al año nuevo e incluso empezamos a bailar. Sí claro, hubo postre, pero empezamos con él de forma improvisada a las 3 de la madrugada. Estábamos de fiesta y así había que celebrarlo. Conociendo ya estás costumbres sé, que antes de asistir a una fiesta de este tipo, debo merendar más fuerte.